Outro-mundo… un cuento de Samaín

 

-¡Bisi!, ¡bisi! -sube los peldaños poco a poco, parándose en cada uno, el regalo casi es tan grande como ella… -¡bisi!, ¡bisi!…- le tapa la vista, pero se ha empeñado en subirlo sola, lo ha hecho para la bisabuela Isaura y no quiere que nadie más lo toque.

Isaura está en su habitación, sentada en el silloncito, mirando por la ventana… los edificios de enfrente, los coches, la gente y… más edificios… hasta donde la vista alcanza, todos iguales… «¿cómo podrán distinguirlos?» piensa… tan solo un pequeño camposanto rompe la monotonía; a nadie de la casa le gusta, les pone los pelos de punta, pero no a ella, es lo único que le resulta familiar en aquella vorágine de ladrillo… Echa de menos su aldea, su casa, sus animales, las tardes en la lareira, los cuentos de la abuela… sacude la cabeza, «eso pasó hace mucho Isaura, aquí estás bien ahora, con tu nieta y tu bisnieta», se le ilumina la cara al pensar en ella, pero no puede evitar la sensación de no pertenecer a este mundo, de que su mundo es otro que ya no existe…

-¡Bisi!…- se gira, no la había oído subir, inmersa como estaba en sus pensamientos, y de repente la ve aparecer por la puerta… la pequeña María… tiene una sonrisa de oreja a oreja y sujeta como puede una enorme calabaza… -¡Bisi, mira que calabaza de Halloween más bonita hemos hecho hoy en clase de inglés!- la deja encima de la cama y se acerca a darle un beso -Es una fiesta que viene de EEUU, ¿sabes bisi?, nos lo contó la teacher– … -¡María, la merienda!- … -ahora tengo que bajar pero cuando acabe los deberes vuelvo y te sigo contando… se disfrazan ¿sabes? y llenan todo de calabazas con velas… ¡es genial!, ojala aquí también lo hiciéramos… -se lamenta María mientras desaparece escaleras abajo.

Isaura mira la calabaza con melancolía, «tal vez tenga más cosas que contarte yo a ti que tú a mí Maruxiña», piensa Isaura en su silloncito… «¿Halloween?… bueno, el nombre no es lo importante, Samaín lo llamábamos en mi aldea y Jalopín según creo recordar en la tierra de mi pobre Antonio que en paz descanse, el mismo perro con distinto collar… No Maruxiña, no, eso que me cuentas no es nuevo para mí…»

Se deja llevar por los recuerdos de aquellos días lejanos de su infancia… Lo primero que viene a su cabeza es el olor del maíz asándose en la lareira, dicen que los olores son lo último que se olvida, y ella lo revive como si aún estuviera allí… Cada año esperaba ansiosa que llegara la recogida del maíz, entonces, al salir de la escuela, todos los niños de la aldea iban a ayudar a los mayores, no sin cierto grado de interés, sabían que en el campo del maíz crecían también las calabazas, «os melóns dos porcos«, como les llamaba la abuela Adelina… la abuela Adelina, ¡cómo la quería!… en sus tierras crecían las mejores calabazas de la zona, todos los niños de la aldea querían ir a ayudar a limpiar el maíz a casa de la abuela Adelina, ella los recompensaba con una de sus estupendas calabazas, otras las vendía en el mercado junto al resto de sus verduras, pero la más hermosa de todas la guardaba siempre para su Isauriña.

Recuerda también el olor del humo… sí, era después del trabajo cuando llegaba el deseado momento… tallar las calabazas… los mayores asaban algunas mazorcas y contaban historias, los más mañosos ayudaban a los niños a hacer sus «caveiras de melón«… que pena le daba siempre tener que cortarlas, eran tan bonitas… pero era necesario, había que proteger la casa de los malos espíritus, como decía la abuela, y aún más importante para ella en aquel entonces; «había que alejar a los niños del Alto de nuestros dominios», piensa Isaura, «nuestras calaveras marcaban nuestro territorio, las suyas el suyo…» sonríe al recordarlo, era una adversidad alimentada por generaciones de «caveiras de melón«, una guerra tan acérrima como inocente… Cierto día, no hace mucho, su nieto el pequeño (-un famoso historiador- como a ella le gustaba decir) le había contado que esa costumbre venía de los celtas y que ya ellos colgaban entorno a sus poblados calaveras con velas dentro como protección, pero las suyas eran las calaveras reales de los enemigos vencidos en la batalla… la sola imagen le daba escalofríos, lo suyo era sólo un juego de niños, ¿que podía tener que ver con aquello?… pero, quién era ella para dudarlo, al fin y al cabo lo decía su nieto el «famoso historiador»

Durante todo octubre y noviembre salir de noche era un riesgo, nunca sabías dónde te podías encontrar una caveira: en los callejones, a la vuelta de la esquina, en el cruceiro de San Roque, en el de la fuente,… Las historias de los viejos en aquellas tardes de otoño al pie de la lareira… historias de difuntos, de la Santa Compaña, de aparecidos en los caminos,… hacían que la vuelta a casa resultara aún más aterradora, recuerda que se agarraba con fuerza a su hermana y juntas corrían casi con los ojos cerrados desde casa de la tía Flora, hasta llegar a la seguridad de su hogar.

Es curioso, durante todo el año ansiaban que llegara el Samaín y cuando llegaba no daban quitado el miedo del cuerpo, y es que, como decía la abuela Adelina, «en tiempos del Samaín los vivos visitan las casas de los muertos… pero también los muertos las de los vivos…»

Era un tiempo extraño, no sólo por las caveiras vigilando cada esquina, no sólo por los cuentos de los mayores erizando cada vello del cuerpo… había algo que transformaba el paisaje: los colores, los olores… incluso parecía que una densa niebla envolvía los bosques durante aquellos días… «la niebla de los Difuntos», como la llamaba la abuela Adelina y enseguida se persignaba y seguía a sus cosas, de aquello no se hablaba, todos lo sabían en casa… Se contaba que el abuelo Elías había recibido la visita de la Santa Compaña en la noche de Todos los Santos… aquella noche la abuela Adelina vio desde el dormitorio una fila de luces entre la densa niebla… cerró de golpe las contras de la ventana y se acurrucó bajo las sábanas pegada a su marido, rezando… el olor a cera y el soplo helado que siempre acompañan a la Santa traspasaban los gruesos muros… pero no era a ella a quien iba dirigido el mensaje… tres días después el abuelo Elías murió. Los médicos no supieron decirle el por qué, ella no lo necesitaba.

Desde que tiene uso de razón recuerda Isaura ir al cementerio en el día de Difuntos, a arreglar la sepultura, a engalanarla con velas, todo el pueblo reunido, cada uno con los suyos… no lo recuerda con tristeza, al contrario, echa de menos esa normalidad en el trato con el otro mundo que ahora ya no encuentra..

Luego, por la noche, en la cena, siempre estaba presente el abuelo Elías… en su casa, como en cada una de las de la aldea, esa noche era para cenar todos juntos, también los difuntos, así que no podía faltar un servicio a la mesa con una pieza de pan para que los del «Outromundo» vinieran a cenar con su familia.

Recuerda también el fuego de la lareira, en la noche de Difuntos era cuando más brillaba, no se podía apagar, había que dejar que se consumiera, pues cuentan que las ánimas, en nuestro mundo tienen frío y, en esta noche, se acercan a las lareiras a calentarse… Recuerda las avelaíñas, aquellas pequeñas mariposas que revoloteaban entorno a la luz buscando su calorcito…-son las almas de los finados- decía la abuela Adelina -nunca debéis de hacerles daño…- Como añora esas noches, que se alargaban hasta bien entrada la madrugada… los cuentos, las risas, el calor del fuego… era un tiempo mágico el del Samaín, lleno de ritos, de leyendas… lleno de amor por lo que ya no están… porque, ¿sabes Maruxiña? tus difuntos no son malos, no son los zombis de la tele, ni los monstruos de ese Halloween de tu teacher… tus difuntos te quieren y, si vienen a verte en esta noche, no debes tener miedo, sólo es para sentir tu compañía y protegerte.

Pero María no responde, se ha quedado dormida en el regazo de Isaura… -Me la llevo a la cama abuela, ya es tarde, era bien que se acostara usted también, debe de estar cansada- … -Sí cariño, tienes razón, ya es hora- … -Buenas noches abuela- … -Buenas noches mi cielo.

Isaura se acuesta, desde la cama puede ver el cielo… en el centro, una fila de lucecitas lo cruzan parpadeando… -es curioso -piensa- nunca antes había visto estrellas en la ciudad, aunque no parecen estrellas… -una sonrisa ilumina su cara y susurra- por fin…- Se levanta y abre la ventana, la densa niebla cubre el horizonte y un soplo de aire helado recorre su cuerpo, ya percibe el olor a cera,…se acuesta… -por fin ha venido -piensa, y con una sonrisa aún en los labios, cierra los ojos.

María se despierta sobresaltada, ha tenido una pesadilla aunque sólo recuerda el miedo y una sensación de frío… enciende la luz de la mesilla, el corazón le late muy deprisa pero no va a gritar, ya es una niña mayor, su madre siempre se lo dice, además hoy la bisi parecía cansada, no quiere despertarla. Se acuesta y se hunde en el edredón… de repente ve una pequeña mariposa que gira entorno a la lamparita… se la queda mirando… «¿cómo habrá entrado?», piensa… no puede dejar de mirarla, sus movimientos la calman, la respiración se hace más acompasada, los ojos se cierran y vuelve a dormir plácidamente.

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